¿Será posible que una herramienta concebida para interconectar a los seres humanos, sin importar quiénes sean o dónde se encuentren, a su vez los desvincule entre sí y hasta los aleje de la realidad?
Surge la reflexión a partir del artículo de Jean-Francoise Fogel, Veinte apuntes sobre el ciberLeviatán, en el que expresa puntos de vista sobre el poder de Internet.
Definitivamente, la red ha cambiado las relaciones interpersonales. Hasta las familiares. Ya no nos visitamos, poco nos hablamos por teléfono. Basta un mensaje de texto para que padres e hijos se comuniquen (“Ma stoy ksa de 1 pana” y no trates de acordarte desde cuándo no le oyes la voz a tus hijos por un auricular ni de cuánta ortografía le enseñaste). Es suficiente un correo electrónico para asuntos de trabajo; un chat en el Blackberry evita conversaciones largas e incómodas; incluso preferimos Facebook para felicitarnos en ocasiones especiales, con lo cual ahorramos tiempo y explicaciones; o usar 140 caracteres para acabar una reputación o arreglar los problemas del mundo. Tampoco discutimos con el empleado del banco, ni con el funcionario del servicio público, porque todo lo hacemos desde la casa o la oficina. No hay comunicación de persona a persona para que nos sugieran una ruta de viaje porque reservamos pasajes y hoteles por Internet. Hasta el placer de “ir de tiendas” ha sido sustituido por mercados en la red. Eso, sin contar con que no hay nada más impersonal que ser un usuario, o sea, un nadie, siempre dispuesto a indigestarse con la cantidad de información que nos provee un medio sin límites aparentes.
Nos sumergimos en la red, navegamos, naufragamos y, justo es reconocerlo, nos facilitamos la vida, pero ejerciendo una actividad solitaria, para la que solo basta una máquina, con la pantalla del computador como único interlocutor. ¡Si hasta existe el cibersexo!
Tiene sentido, entonces, comparar a Internet con un monstruo de poder descomunal (la bestia bíblica) mientras es pertinente preguntarse si en verdad se trata de una herramienta tan democrática como aparenta. Porque si bien ha inundado al mundo de información al alcance de todos, ha creado una clase de nuevos excluidos: los que aún no son fanáticos de las llamadas redes "sociales" o del ciberespacio, los que todavía prefieren el contacto personal, usan los celulares para hablar por teléfono y desconocen los verbos “twittear”, “chatear“ o “googlear”. Y no olvidemos a los que en el mundo no tienen computadora.
3 comentarios:
Fajada, muy bueno tu post, tu tarea. Tienes que escribir más. Me sentí tan identificada. Ciertamente, las redes ayudan, pero hemos perdido el placer de la conversa. Hay que hacer un esfuerzo por cerrar el chat, el twitter y el facebook, para levantarnos de la silla, de la cama o, sencillamente, levantar el auricular. Nada como vernos, escucharnos y... tocarnos (hablando del cibersexo) :)
Yelitza (@yelinares)
Sí, dos puntos de vista diferentes...Pero tú crees que antes de Internet la comunicación entre las personas era más cercana, en estas grandes urbes, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa...al menos ahora muchas personas buscan saber de un amigo de la infancia, chatear con un compañero en otro país, conocer otras personas...
De acuerdo con las dos posiciones pero me voy un poco más al de la entrada original. Yo jamás quiero deshacerme de las posibilidades de unirme a la gente en el mundo real. Eso de conformarse con una vida en línea es muy poco sano...
Lo único que debo señalar es que quizá debería separar más los párrafos y resaltar ideas principales, aunque al tener cada entrada un largo muy justo no es tan grave. Si yo hiciera esto mi blog jamás sería leído (escribo demasiado largo). De resto, excelente blog y muy buena entrada.
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